Un depósito a presión es un recipiente diseñado para almacenar o contener fluidos que operan por encima de la presión atmosférica. Se utiliza en aplicaciones como almacenamiento de aire comprimido, gases industriales, vapor, o líquidos presurizados. Su diseño debe resistir tanto la presión interna como las condiciones térmicas del proceso.

Aunque ambos operan a presión, las columnas están diseñadas para procesos químicos o físicos, como la destilación o absorción, y suelen tener una estructura vertical con bandejas o rellenos internos. Los depósitos a presión, en cambio, son recipientes cerrados que se usan para contener fluidos bajo presión sin procesos de separación interna.

Dependiendo de la aplicación, se utilizan aceros al carbono, aceros inoxidables, aleaciones especiales (como Hastelloy o Inconel), e incluso revestimientos interiores antiácidos. La elección del material depende de la presión, temperatura, tipo de fluido y nivel de corrosividad del entorno.

Los depósitos y columnas a presión deben cumplir normativas estrictas como ASME VIII, PED 2014/68/EU, y otras según la región o industria. Estas normas establecen criterios de diseño, cálculo, pruebas de presión, inspección y marcado CE o similar, asegurando su seguridad y legalidad para su uso industrial.

El mantenimiento incluye inspecciones visuales, ensayos no destructivos (ultrasonidos, radiografías), pruebas de presión periódicas (hidrostáticas o neumáticas), revisión de válvulas de seguridad y control de corrosión interna. Un buen mantenimiento evita fallos estructurales y garantiza una operación segura y eficiente.